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BEATRIZ GIOVANNA RAMIREZ | “Que el poeta tenga que fingir solvencia, por ejemplo, para que no le echen del piso que habita o su novia no se vaya con un funcionario, es otra cosa.”
Ha publicado Lugares comunes (VII Premio Emilio Prados, Pre-Textos, Valencia, 2006); Sopa de sobre(Ediciones del 4 de agosto, Logroño, 2009); Por qué sólo beso a las estatuas (II Premio Francisco Villaespesa, Renacimiento, Sevilla, 2009); Cosas con la lengua (Arguval, Málaga, 2002); Dios y otros artículos (Hipálage, Sevilla, 2009).
—Si Pessoa dice: “el poeta es un fingidor”, ¿qué dice Camilo de Ory?
—Yo a Pessoa no le voy a llevar la contraria. No obstante, opino que la poesía tiene más que ver con la verdad que con el fingimiento. Que el poeta tenga que fingir solvencia, por ejemplo, para que no le echen del piso que habita o su novia no se vaya con un funcionario, es otra cosa.
—En ese sentido, ¿quiere “poetizar: la más inocente de las ocupaciones” (Hölderlin), cuando escribe y por ello la realidad y la crítica son sus temáticas?
—No creo ser un poeta especialmente crítico. Es obvio que la actitud crítica está ahí cuando escribo artículos o determinado tipo de aforismos, pero al trabajar con poemas sólo trato de contar lo que veo con precisión, por más que mi mirada pueda estar (que lo está) distorsionada por la lente deformante de turno. Sin esa lente, es decir, sin el enfoque particular que el autor le pueda dar al texto que produce, determinado tipo de poesía correría el riesgo de parecerse a una rigurosísima acta notarial.
—¿Cómo no se escribe poesía?
—Tratando de expresar los propios sentimientos o adornando la realidad y, por lo tanto, falseándola. Es el error que cometen la mayor parte de las señoronas de tertulia de té con pastas y las adolescentes, aunque a éstas se lo perdono todo.
—A los señores y a adolescentes… ¿no los menciona? ¿Cuántas veces le han llamado “misógino”?
—¿Dónde está la misoginia? Si les perdono a ellas el exceso de ruiseñores en la poesía es porque las amo.
—Usted menciono: “la poesía es como una chica más guapa que yo a la que no tengo claro que vaya a poder conquistar, eso me obliga a usar con ella todo tipo de trucos sucios y artimañas” Ha ganado varios concursos de poesía muy prestigiosos, ¿cree que la chica le ha guiñado el ojo?
—Creo que le ha entrado algo en el ojo y por eso parece que me guiña. Aún me siento fuera de lugar cuando alterno con otros poetas: me doy cuenta de que no vivo la poesía con la pasión con que ellos lo hacen. Para compensar esto, procuro cultivar una pose lánguida y amenazar cada tres meses con el suicidio.
—¿Cree que su apellido le ha marcado ser poeta?
—Es evidente que el apellido pesa, pero es un arma de doble filo. Por un lado, en una primera etapa, hace que te presten atención editores y programadores que en otras condiciones difícilmente te harían caso. Por otro lado, es inevitable que surjan comparaciones con el producto original, y eso resulta bastante problemático si éste era bueno.
—Trata de llamar la atención, de lucir su talento al cien por cien. ¿Por eso amenaza con “Pronto en su ciudad”? Cuéntenos de eso.
—El “Pronto en su ciudad” es el eslogan publicitario del espectáculo de poesía escénica que estoy representando. Es una de las pocas formas de rentabilizar todo este despropósito que se me ocurren, y me está resultando duro porque me imponen mucho los grandes escenarios. Pero no se me nota y sobre las tablas parezco un actor del método. El secreto se encierra en una palabra: Lexatín.
—“Camilo de Ory libra una dura lucha por conseguir que su físico, (de ahí su admiración por Tarzán), que se ajusta al canon griego e incluso lo redefine, no haga que el pueblo olvide el resto de sus virtudes. Ayúdalo en esta compleja empresa con palabras de aliento y donativos”. ¿Sí?
—Es duro ser bello y es duro ser pobre. Las palabras de aliento nunca vienen mal.
—El cirujano plástico es el poeta de la medicina y los implantes de silicona son el soneto… decía, usted en una entrevista en el ABC. Si le dan a escoger entre un libro de poesía y una revista pornográfica, ¿cuál escogería?
—Un poemario, adecuadamente exhibido en los foros oportunos, lo convierte a uno fácilmente en el protagonista de su propia epopeya pornográfica.
—¿Cuáles son los poetas que lee actualmente?
—Dudo si confesar la verdad o elaborar una lista con los que están de moda entre la alta crítica, así que no haré ninguna de las dos cosas y diré cuáles son los poemarios que tengo ahora mismo al alcance de la vista: “El fósforo astillado”, de García Román, “Las grandes superficies”, de Juan José Téllez, “99 poemas”, una antología de Valente, y “Todos nosotros”, de Carver. Pero si me voy a la habitación de al lado me salen otros.
—¿Si va a la habitación encontraría algún poemario de una poeta o sólo lee a hombres?
—Leo a muchas mujeres últimamente: citaré a Szymborska, Julia Uceda, Louise Glück o Raquel Lanseros. Y de las cuatro juro conocer la obra completa de al menos tres.
—¿Es un procrastinador? ¿Cuánto tiempo dedica a las redes sociales?
—Todo lo contrario: normalmente siento un impulso demente que me empuja a acabar cuanto antes la tarea que tenga entre manos. Eso hace que me quede mucho tiempo libre. A las redes sociales les dedico mucho menos del que parece: me sirven para relajarme un poco entre tiento y tiento al trabajo pendiente.
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